El Problema del Control De La Ira.

Por Nail T. Anderson

Una epidemia de ira El mundo tiene un problema serio y creciente en cuanto a la ira, y los Estados Unidos no son la excepción. Una encuesta reciente realizada por el U. S. News revela que

«una amplia mayoría de los estadounidenses sienten que su país ha ido más allá de todo límite anterior en cuanto a malos modales. Nueve de cada diez estadounidenses piensan que la grosería se ha convertido en un serio problema, y cerca de la mitad considera que es algo en extremo grave. El setenta y ocho por ciento dice que este problema ha empeorado en los diez últimos años»

En los centros de trabajo de los Estados Unidos, más de dos millones de personas al año son víctimas de la delincuencia, y el setenta y cinco por ciento de estos casos son simples asaltos. Los trabajadores de entre treinta y cinco y cuarenta y nueve años de edad son los blancos más comunes, y cada año el treinta y siete por ciento de ellos son víctimas de la violencia en el trabajo. Desde 1994 hasta 1996, los negocios clasificaban la violencia en los centros de trabajo como la primera de sus preocupaciones.

¿Por qué somos tan iracundos? ¿Por qué nuestras oficinas y negocios se han convertido en sementeras de ira? Leslie Charles, en su libro Why Is Everyone So Cranky [«¿Por qué todo el mundo es tan irritable?»], escribe: «La gente dice que trabajar ya no es tan divertido como solía ser. No tienen tiempo. Siempre están atrasados. Siempre los ponen en alguna situación difícil. Se les indica que se muevan en una
cierta dirección, y después se les dice que den media vuelta y se muevan en otra»

Controla tu ira

Un artículo reciente de un periódico describía este cuadro acerca de un trabajador de oficina: Uno está atascado en medio del tránsito, lo cual hace que llegue tarde al trabajo por tercera vez en una semana.

Al entrar por la puerta, pasa junto a un compañero de trabajo al que no soporta, el cual le dirige una sonrisa hipócrita, junto con el comentario de «Llegaste tarde». Sigue caminando, pero la ira que está comenzando a hervir debajo de la superficie comienza a subir. Cuando llega a su escritorio, se encuentra un montón de trabajo que le espera, y su jefe quiere que lo haga lo antes posible. Piensa en tomarse una taza de café, y entonces nota que alguien se llevó hasta la última gota, y no se tomó la molestia de volver a llenar la cafetera.

Ya se siente como si le fuera a estallar la cabeza. Se siente bien irritado, y ni siquiera son las nueve de la mañana todavía.

Una encuesta Gallup reciente indica que cuarenta y nueve por ciento de los encuestados se enojan en el trabajo, y uno de cada seis se enoja tanto que siente ganas de golpear a alguien Por otro lado, una encuesta que realizó Access Atlanta por la Internet reveló que el sesenta y siete por ciento de los que respondiendo se habían enojado tanto en el trabajo, que habían pensado en abofetear a un compañero.

Escapar de un ambiente hostil así retirándonos a la paz y la seguridad de nuestro hogar no parece ser la respuesta. Los expertos en el campo de la violencia doméstica creen que el número de casos de violencia en el hogar asciende a unos cuatro millones al año.

El treinta por ciento de las mujeres de los Estados Unidos informan que su esposo o amigo, en un momento u otro, ha abusado físicamente de ellas. De hecho, de los
cuatrocientos cincuenta mil millones de dólares que cuesta el delito cada año, cerca de la tercera parte tiene que ver con violencia doméstica y maltrato de menores. Por ejemplo, en 1995, los servicios de protección a menores confirmaron cerca de un millón de casos de maltratos a niños.

Y aquí no se incluyen los millones de incidentes de explosiones de ira, palabras llenas de odio y miradas furiosas, como tampoco los incontables casos de
descuidos y maltratos que no se reportan.

Si se puede medir el carácter de una nación por la forma en que trata a los jóvenes, los enfermos y los ancianos, los Estados Unidos no saldrían bien parados. Los casos reportados de maltratos a ancianos aumentaron en un ciento seis por ciento desde
1986 hasta 1994, según el Centro Nacional contra el Abuso de Ancianos.

El total de incidentes va desde un millón hasta dos millones anuales, aunque tal vez solo se reporte uno de cada catorce casos. Tanto si se manifiestan en una violencia y en unos malos tratos abiertos, como si lo hacen por medio de una hostilidad y un abandono encubierto, está claro que la ira, la impaciencia, la frustración, la falta de respeto y los malos modales se han convertido en parte de la personalidad estadounidense.

Tanto si se trata de ira al conducir el auto, como si es ira en un avión, ira en la tienda de víveres o ira en los eventos deportivos, la ira se ha vuelto de repente «nuestra ira».

Y somos demasiados los que sentimos que nuestra ira es justificada. En un artículo
reciente de USA Today, una maestra de escuela primaria es probable que hablara por muchas personas cuando dijo:

Si has tenido que estar metido en unas autopistas que han estado congestionadas año tras año, su ira pudiera parecer racional. Ahora somos, ¿cuántos, doscientos sesenta millo nes? Nuestros caminos no fueron construidos para recibir un
número tan grande de personas.

Los estacionamientos de los supermercados están repletos. Es difícil entrar a un banco El aeropuerto le indica a uno que llegue hora y media antes de la salida de su vuelo. Los estacionamientos son carísimos. La aglomeración de personas se ha convertido en parte de la sociedad en general, y eso contribuye a crear la sensación de que «todo da lo mismo

¿De veras? ¿ Tenemos el derecho de sentirnos enojados? ¿Tenemos buenas razones para sentirnos enojados?

Casi a diario aparece en los periódicos alguna nueva manifestación de ira. En la Florida, un entrenador de pelota de una escuela secundaria le rompe de un golpe la quijada a un árbitro en una disputa acerca de una jugada.

Dos compradores se golpean por quién merece el primer lugar en la fila de una caja que acaba de abrir. En California, un conductor enojado saca de un tirón un perro del vehículo que chocó con su auto y lanza al animal hacia el tránsito que viene en dirección contraria. El perro muere, y el hombre es sentenciado a tres años de cárcel. En Reading, Massachusetts, un padre enfadado golpea al entrenador de hockey de unos jóvenes hasta dejarlo inconsciente.

El entrenador, Michael Costin, muere dos días después. El padre se declara inocente en el juicio ante la acusación de homicidio sin premeditación. Un jovencito de quince años se cansa de que sus compañeros de clase lo humillen, y les dispara en su escuela secundaria de un barrio residencial en San Diego. Mueren dos y quedan trece heridos.

Tampoco lo tiene la sensación de sentir que nuestra ira está justificada. Hacerca de dos mil ochocientos años, Jonás, el profeta renuente, se sentó en el puesto de espectador que se había hecho él mismo a las afueras de la ciudad de Nínive, con la esperanza de ver el castigo que enviaría Dios.

Aunque solo fuera eso, Jonás estaba preparado para tener su buena sesión de autocompasión, y los únicos huéspedes invitados eran «yo, mí y conmigo».

El profeta estaba enojado porque la gente de Nínive se había arrepentido al escuchar su predicación, y sabía que Dios era diferente de él mismo es «clemente y piadoso, tardo en enojarse, y de grande misericordia, y que te arrepiente del mal» Jonás 4:2.

Él quería que la ciudad quedara destruida, pero al parecer, Dios se inclinaba más a perdonar a sus habitantes si se arrepentían. Así que Jonás se enoió,

Entonces el Señor le hizo una pregunta; la misma que nosotros nos tenemos que hacer: «;Haces tú bien en enojarte tanto?» (Jonás 4:4).

Jonás trató de ignorar la cuestión que Dios le estaba señalando, y Dios decidió darle al profeta una lección objetiva.
He aquí el resto de la historia: Y preparó Jehová Dios una calabacera, la cual creció sobre Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza, y le librase de su malestar; y Jonás se alegró grandemente por la calabacera.

Pero al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. Y aconteció que al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hirió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte,
diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida. Entonces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto Jehová: lloviste tu estima de la calabacera, en cual no trabaiaste. ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció.

¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha su mano izquierda, y muchos animales? (Jonás 4:6-11)

Como sucede hoy con la mayor parte de la gente, el estado de humor de Jonás se basaba en las circunstancias. Cuando Dios «preparó» la calabacera para que le diera sombra, Jonás se alegró.

Cuando Dios «preparó» al gusano y al recio viento solano, se sintió enojado y afligido. Cuando las cosas iban como Jonás quería, su ira estaba bajo control.

Pero no hizo falta mucho para que estallara de nuevo. Jonás tenía motivos para estar enojado con los ninivitas, pues lo que hacían los convertía en merecedores del castigo divino.

Sin embargo, no estaba dispuesto a manifestarles bondad y misericordia, ni siquiera después de que se arrepintieron. Le molestó que Dios hubiera decidido perdonarlos.

Por último, estaba furioso contra Dios porque le había quitado su sombrilla
de playa y había subido la temperatura del termostato. Jonás era un hombre iracundo, y estaba convencido de que tenía derecho a serlo, aunque aquello lo matara.

Raíces de la ira, Dios reveló que a Jonás le importaban más su comodidad y el bienestar de una planta que las almas de un pueblo. Al igual que Jonás, hoy en día muchos creyentes están atascados en su ira y, como consecuencia, llevan una vida de aflicción.

Una madre nos escribía diciendo: Ahora que están en esto, pudieran pensar en escribir un libro para adolescentes amargados. A través de los años, la amargura de mi hija de dieciséis años la ha ido alejando de Cristo para lanzarla hacia la cultura pop.

Su irónica situación existe, según me parece, en muchos hogares donde han predominado los valores de la escuela, la iglesia y la familia. En su caso, la situación le presentaba un dilema. Si escogía a Cristo, nunca «encajaría» entre sus compañeros. Si escogía la cultura pop, pondría en peligro sus relaciones en el hogar y le importo, porque no me da lo que quiero».

Así que se mantuvo firme en su amargado desafío. En el hogar, actúa con enojo. En la escuela, está decidida a volver. se más dura y más difícil para que no le hagan daño.

Al pensar en el pasado, veo que yo no tenía idea alguna acerca de las raíces de amargura, y las consecuencias que trae una manera de pensar equivocada.

Por fuera, daba la impresión de que teníamos la situación bajo control. Sin embargo, se presentaron etapas criticas de amargura que no tuvimos las herramientas necesarias para verlas ni enfrentarlas.

Ahora estamos interviniendo notablemente en su vida como padres. Tenemos la esperanza de que todavía no sea demasiado tarde. Sin duda alguna, su amargura ha destruido casi por completo su relación con su padre y conmigo, ha hecho que interactúe socialmente de una manera poco saludable con sus compañeros, y ha dañado seriamente su relación con Dios.

Sentimos todo esto como si estuviéramos metidos en una olla de presión, pero lo interesante es que, al que no sabe nada, le parece una niña «buena» de «buena familia».

Los jovencitos «buenos» pueden llevar dentro una amargura bien enraizada y capaz de destruir.’ El apóstol Pablo nos advirtió que en los últimos días se presentarían tiempos «peligrosos» y «dificiles» (NVI).

Hay otra traducción que habla de que «en los últimos tiempos va a ser muy difícil ser cristiano» (La Biblia al Día). Cuando leemos esta lamentable letanía de una vida que transcurre atada a una raíz de ira egocéntrica, nos parece estar leyendo los titulares del periódico de hoy:

Porque habrá hombres amadores de si mismos, avaros, vana
gloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios.
(2 Timoteo 3:2-4)


USA Today lo expresa de esta manera: «Los sociólogos más distinguidos afirman que la nación se halla en medio de una epidemia de ira que, en sus formas más suaves es inquietante, y en sus formas peores se vuelve mortal.

Esta epidemia sacude a los que estudian las tendencias de la sociedad y a los padres que temen que la nación haya caído en un precipicio cultural.

Un padre lo expresó muy bien cuando dijo: «Hemos perdido una buena parte de lo que mantenía (unida) a nuestra sociedad. Hemos perdido nuestro respeto por los demás. El ejemplo que les estamos dando a nuestros jovencitos es terrible».

Este sentimiento oculto de hostilidad y falta de respeto que corre por nuestra nación, quedó captada en un artículo que escribió Alan Sipress para el Washington Post:

La violencia vehicular ha llegado a esto. En medio de la agitada vida de muchos habitantes de Washington, ya no hay tiempo para la muerte. En el pasado, los autos se echaban a un lado para permitir que pasaran los cortejos fúnebres. Ahora, lo normal es que los conductores interrumpan los cortejos en las intersecciones, en lugar de permitir que continúen con el semáforo en rojo, y se dedican a entrar y salir del desfile, en lugar de detenerse, según afirman los directores de funerarias y la policía.

Estas acciones suelen ir acompañadas de bocinazos, malas palabras y gestos obscenos. Al parecer, este sintomático alejamiento del respeto y la cortesía más elemental hacia una ira egocéntrica se ha venido a producir solo en los últimos cinco o diez años. Alguien lo explica así: «La manera en que uno trata a sus muertos dice algo acerca de su nivel de civilización. Las tradiciones del pasado se han perdido, y está claro que el respeto que se debería tener con los cortejos fúnebres ya no existe»

El más elemental respeto por los vivos tampoco aparece por ninguna parte. Los conductores que se acercan demasiado al auto que va delante, se les meten delante sin haber espacio, y hasta atacan a otros conductores, no están viendo a los demás como prójimos que deben amar tanto como a sí mismos.

Se han convertido en oponentes, obstáculos e incluso enemigos. Aunque las circunstancias agravantes hacen peor la ira en los Estados Unidos, la Biblia señala con claridad que la raíz de todo este problema se halla en el corazón del ser humano:
Y llamando [Jesús] a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre (…] Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades. (Marcos 7:14-15, 21-22)

La ira divide y mata La ira es una enfermedad del corazón que puede llegar a matar. En nuestro ministerio directo con la gente, casi todas las personas sin excepción, están pasando por problemas con una amargura sin resolver. A partir de lo que hemos observado, podemos decir que el problema de la amargura y la falta de perdón podría muy bien ser el problema más extendido y debilitador que existe en el cuerpo de Cristo hoy.

La epidemia de ira que hay en el mundo ha infectado ferozmente también a la iglesia. Nuestro adversario, el diablo, trata de dividir para vencer. Trata de dividir el corazón del ser humano, porque un hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos (Santiago 1:8).

Ataca a un matrimonio, a una familia o a una iglesia, porque toda «casa dividida contra sí misma, no permanecerá» (Mateo12:25). Hasta los grupos humanos y las naciones mismas son presa fácil de las estrategias de Satanás, porque «todo reino
dividido contra sí mismo, es asolado»
(Lucas 11:17).

La exhortación de Pablo a la iglesia de Éfeso presenta un fuerte contraste con el espíritu de resentimiento, hostilidad y furia tan evidente en las culturas humanas. Esto es lo que les escribe:
Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo (…) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:25-27, 29-32)

Todas las tardes el sol se oculta sobre la amargura no resuelta de millones de seres humanos. Esta amargura envenena el alma y pudre la cultura. El diablo se siente satisfecho, y el Espíritu Santo de Dios se entristece. He aquí una historia personal típica de un hombre que luchaba con una amargura perenne que no había resuelto:

He luchado con la ira toda mi vida, desde que era un niño de corta edad. Mis compañeros siempre se metían conmigo, y mi padre criticaba siempre todo lo que yo hacía.

He mejorado mucho. Sin embargo, me parece que sigue habiendo en mi mente alguna fortaleza de amargura. Me enojo mucho si alguien me trata mal o me falta al respeto, en especial si se trata de un miembro de mi familia. No me aferro al resentimiento tanto tiempo como antes, pero todavía parece haber algún bloqueo en el proceso de perdonar. Reacciono con tanta rapidez en mis arranques de ira que ni siquiera me doy cuenta de dónde proceden ni por qué aparecen. Mi esposa me dice que me enojo «para sentirme feliz», como si tuviéramos un control directo de esa forma sobre nuestros sentimientos. Sé que el problema está en mi mente, pero los pensamientos negativos parecen estar tan enterrados que ni siquiera sé dónde se
encuentran. Ore que Dios me revele las raíces de esta esclavitud.

Por la gracia de Dios, este articulo es un intento nuestro por lograr precisamente eso: examinar el fenómeno de la amargura, sacar al aire tus raíces y proporcionar una manera de permitirle a Jesús que te libere de su controladora influencia.

Se puede resolver la ira. La ira nunca desaparecerá por completo de nuestra vida mientras estemos aquí y no en el cielo. Tampoco debería hacerlo. Hay su momento y su lugar para una amargura bajo control.

La ira es sierva nuestra cuando llevamos una vida liberada en Cristo. En cambio, es la dueña en una vida derrotada. Si lo que queremos es enojarnos y no pecar, necesitamos ser como Cristo, y enojarnos con el pecado. Necesitamos ir más allá del «manejo de la ira», que solo es un medio de impedir que nuestra ira estalle en una forma de conducta airada que sea destructiva para nosotros mismos o para otras personas.

La meta es resolver las cuestiones personales y espirituales que se hallan tras la ira, y descubrir el fruto del Espíritu, que es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza» (Gálatas 5:22-23).

Los que están vivos y libres en Cristo no manejan la conducta destructiva, sino que la vencen. «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal», escribió Pablo en Romanos 12:21.

Suena bien, ¿no es así? Tal vez te suene demasiado bueno para ser cierto. Quizá has tenido que luchar toda la vida con la ira, sin haber tenido mucho éxito en cuanto a vencer el dominio que tiene sobre ti. O, a lo mejor, estás viviendo con un
hijo que explota por cualquier cosa.

Quizá lleves en el cuerpo las cicatrices de una ira desenfrenada. O por lo menos, las llevas en el alma.

Te queremos ofrecer una esperanza. En Jeremías 32:17, el profeta declara: «¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea dificil para ti».

Si Dios puede crear y controlar un universo tan inmenso, ¿no va a ser capaz de controlar tu ira, y darte el poder necesario para enfrentarte a la ira de los que te
rodean?

No hay razón para creer que eres un caso desesperado; una excepción a la regla. Pablo escribe: «El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15:13)

¿Qué quieres en verdad? Por otra parte, tal vez lo opuesto sea lo cierto. A lo mejor, te gusta la ira. Con ella consigues lo que quieres y cuando lo quieres. Aprendiste a controlar a la gente con tus explosiones de ira cuando eras niño, y la técnica te ha dado resultado.

Te has vuelto todo un experto. En lugar de dar patadas contra el suelo, levantas la voz (y mucho!), miras de frente y amenazas.

La gente te tiene miedo, y te gusta ese momento de poder y de control. O a lo mejor piensas que la ira es un medio de protegerte para que no te vuelvan a maltratar. Es cierto: la ira te podrá dar de momento lo que quieres. Pero la ira carnal nunca te dará lo que de veras necesitas o deseas, porque «la ira del hombre no obra la justicia de Dios», como nos dice Santiago (1:20).

Algunas de las personas más inseguras de la tierra son las que controlan y maltratan con su ira. El uso de la ira y el sexo como porras para apalear, oprimir y manipular a los demás revela una enfermedad del alma que solo Cristo puede vencer.

Por tanto, ya sea que alguien te haya dado este artículo (lo cual tal vez te ha enojado), o que lo hayas tomado por decisión propia, te tenemos una buena noticia. Jesucristo vino para libertarte del control de la ira.

Vino para que tuvieras vida, y la tuvieras en mayor abundancia Juan 10:10.

El nos ha prometido paz, pero no como la paz que da el mundo, basada en la existencia de circunstancias favorables (Juan 14:27). Es una paz mental y emotiva que llega tan adentro y es tan fuerte que sobrepasa toda comprensión humana (Filipenses 4:6-7). Las circunstancias negativas que harían caer en la desesperación a una persona normal las puede superar el Príncipe de paz que habita en nosotros. Esa poderosa paz puede reinar de tal manera en nuestra vida que el apóstol Pablo la describe diciendo que «el Dios de paz» está con nosotros (Filipenses 4:9).

La presencia de Dios llena nuestra vida de amor, paciencia y bondad donde antes solo había hostilidad, resentimiento y furia. Confiamos en que, en lo más profundo de tu ser, esto sea lo que de veras quieres en la vida. Deja que Dios te moldee, vamos a ver primero la ira en general, y cómo funcionan en conjunto nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu.

Después examinaremos la batalla por el control de la mente, y descubriremos de qué forma podemos evitar que las emociones nos controlen decidiéndonos a creer en la verdad y concentrándonos en ella.

Veremos cómo hemos desarrollado fortalezas mentales, y examinaremos diversos es-quemas carnales de la ira.

Después veremos la gracia de Dios, que nos ofrece perdón y una vida nueva en Cristo. El viaje hacia la liberación con respecto a nuestro pasado comienza cuando aprendemos a perdonar de corazón.

A continuación aprenderemos a permitir que Jesús, manso y humilde, viva en nosotros y a través de nosotros en el poder del Espíritu Santo. No nos basta con saber qué hacer; necesitamos poder para hacerlo.

Esa energía espiritual solo procede del Espíritu de Dios. Y en los capítulos finales, resumiremos lo que hemos aprendido, y hablaremos de la forma de destruir las fortalezas de ira. ¿Es posible ser libre de una ira controladora?

La respuesta es un resonante «Sí!». ; ¿Va a ser un proceso sin dolor? Es probable que no. ¿Valdrá la pena? Por supuesto, tú mismo vas a tener que llegar a esa conclusión.

Un día, Dios le dijo al profeta Jeremías que fuera a la casa del alfarero. Le prometió que allí le hablaría. Jeremías hizo lo que Dios le había indicado, y vio al alfarero moldeando algo en la rueda. «Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla» (Jeremías 18:4).


¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Por qué quiso Dios que Jeremías viera a aquel hombre trabajando habilidosamente en su oficio? «Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ;No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel» (Jeremías 18:5-6).

Encontramos un eco de este pasaje en la segunda epístola de Pablo a Timoteo, donde escribe: Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. (2 Timoteo 2:20-21)

No hay mayor honor, no hay mayor privilegio ni gozo más grande que permitir que el Maestro nos moldee como a Él le parezca. Fuimos hechos para ser apartados, y útiles para el Maestro.

Pero antes, el ser humano se debe purificar de todo lo que deshonra, incluyendo la amargura que le hierve en el corazón.

¿Quieres unirte a nosotros en esta oración?

Amado Padre celestial, eres un Dios santo, y me has llamado a ser santo, a ser apartado para que me uses. Al igual que ti, puedo enojarme. Pero a diferencia de ti, puedo usar incorrectamente ese enojo. Tu me has llamado a la libertad, pero me has dicho que no use mi libertad como una oportunidad para la carne. Lo que debo hacer es servir a los demás con amor. Te ruego que me abras los ojos para que comprenda cuál es la fuente de la ira y la amargura que hay en mi alma. Libérame de mi pasado,
para que este no tenga dominio alguno sobre mi. Lléname de tu Santo Espíritu, para que pueda llevar una vida justa llena de paciencia, bondad y dominio propio. Te doy gracias porque eres bondadoso y misericordioso, lento para la ira y abundante en misericordia y en verdad. Oro en el nombre del manso y humilde Jesús, amén.

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