Me Llamo A La Mesa.

Este año ha sido un camino de pruebas, tribulaciones y, al mismo tiempo, una profunda revelación del amor de Dios. Al mirar hacia atrás en este tiempo, ahora puedo reconocer como su mano siempre estuvo extendida delante de mí justo ahí en medio de mi nubla y susurrándome con amor.

Que tomara su mano, invitándome a su mesa. Sí, a mí, un hombre imperfecto, lleno de temores y limitado por mi humanidad. Pero él, en su infinita gracia, me mostró que ni mi pasado ni mis fallas podrían impedir que me sentara a la mesa junto a él. Por qué ya todo estaba cubierto por su sangre redentora en la cruz.

Jesús dice:

Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.

Mateo 11:28, NVI

Esta invitación me resonó profundamente mientras enfrentaba mis propias luchas internas y externas este año. 

Cada temor, cada duda y cada limitación parecía gritar que no era digno de su amor. Pero Dios, fiel a su naturaleza, no me dejó solo. A través de las pruebas, fue quitando de mi vida todo lo que me impedía ver que él siempre estuvo frente a mí, con su mano extendida, llamándome a tomar mi lugar en la mesa.

Piensa en la historia del hijo pródigo en Lucas 15. Este joven, tras haberlo perdido todo, vuelve a casa esperando rechazo, pero encuentra a su padre corriendo a su encuentro con los brazos abiertos. 

Esa imagen es una poderosa representación de cómo Dios nos recibe. 

Este año entendí que soy ese hijo. 

Dios no solo me recibió; me celebró. Me preparó un lugar en su mesa y me recordó que mi identidad no está definida por mi pasado, sino por su amor. Como dice:

Porque ¿por qué somos salvos? Por la gracia de Dios, mediante la fe. Esto no depende de ustedes, sino que es un don de Dios; ni es el resultado de las obras, para que nadie pueda jactarse.

Efesios 2:8-9 (DHH)

Al aceptar la invitación de Jesús, vi algo que impacto y lleno mi corazón. A la mesa no estaba solo. Había otros como yo, personas que también creyeron que no eran dignos de Dios. 

Juntos descubrimos que nuestro lugar en la mesa no depende de lo que somos, sino de quién es él. Jesús nos llama a una esperanza y el futuro que él nos ofrece.

Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes—afirma el SEÑOR—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.

Jeremías 29:11 (NVI)

A través de este proceso, entendí que los temores que me retenían no eran más que cadenas rotas por la cruz. 

Las pruebas que parecían abrumadoras eran herramientas en las manos de un Dios amoroso, quitando todo lo que me separaba de él, lo dice así:

Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.

 Filipenses 1:6 (NVI)

Dios no me dejó donde estaba; me llevó más cerca de él, a su mesa.

Ahora te pregunto a ti.

¿Estás listo para tomar tu lugar en la mesa? 

No importa quién seas, lo que hayas hecho o las cadenas que te atan. 

Jesús está frente a ti, con su mano extendida. Su sangre en la cruz cubre todo lo que te impide acercarte. Es tiempo de dejar tus temores y limitaciones a sus pies y aceptar su invitación. 

La mesa está preparada, y tu lugar está esperando, nos recuerda:

Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

Romanos 8:38-39 (DHH)

Hoy es el día para responder al llamado. Toma su mano, acepta su gracia y encuentra tu lugar en la mesa. Jesús te espera. 

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