Por John MacArthur
LIBERACIÓN DESDE LAS TINIEBLAS
Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios.
Una cortina de silencio se cierne deliberadamente sobre gran parte de su vida y entorno personal, pero aun así, emerge como una de las mujeres ilustres del Nuevo Testamento. Se la menciona por su nombre en cada uno de los cuatro Evangelios, principalmente en relación con los eventos referidos a la crucifixión de Jesús.
Tiene el privilegio eterno de haber sido la primera persona a la que Cristo se reveló después de su resurrección. La tradición de la iglesia, que se remonta a los primeros padres, ha identificado a María Magdalena con la mujer anónima mencionada solo como «una pecadora» que aparece en Lucas 7.37-38, la que ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.
Pero no hay ninguna razón para hacer esa conexión. En realidad, podemos hacerlo si tomamos el texto de la Escritura en sentido literal.
Ya que Lucas presenta a María Magdalena por primera vez con su nombre en un contexto absolutamente diferente (8.1-3), solo tres versículos después que termina su relato acerca del ungimiento de los pies de Jesús, parece muy improbable que María Magdalena pudiera ser la misma mujer, a quien Lucas describe sin nombrar en el texto precedente. Lucas era demasiado cuidadoso como historiador para omitir un detalle tan esencial como ese.
Algunos comentaristas antiguos especulaban que María Magdalena es la mujer descrita en Juan 8.1-12, la que fue sorprendida en el mismo acto del adulterio y salvada del apedreamiento por Jesús, quien la perdonó y la redimió.
Tampoco hay ninguna base para esta asociación. María Magdalena también ha sido tema de abundante mitología extra bíblica desde la época medieval. Durante la temprana Edad Media, algunos herejes y gnósticos prácticamente se apropiaron de sus características y ligaron su nombre a una serie de leyendas extravagantes.
Sobre ella se escribieron varios libros apócrifos, incluyendo uno que pretendía ser la descripción de la vida de Cristo, escrito por ella y conocido como el Evangelio de María. Otro, el gnóstico Evangelio de Felipe, la presenta como una rival de Pedro. En años recientes, se han reactivado algunas de esas leyendas, volviéndose a publicar muchas de las historias desacreditadas y apócrifas sobre María Magdalena.
Las mujeres del movimiento feminista, la han convertido en un ícono de tipo «espiritual» presentándola como una especie de diosa mítica. Muchos de los antiguos relatos gnósticos sobre ella están en esta perspectiva.
Por otra parte, una novela muy exitosa en cuanto a ventas, El código da Vinci, de Dan Brown, ha adaptado varias leyendas de este tipo, olvidadas hace bastante tiempo, para tejer una complicada teoría conspirativa que incluye la sugerencia blasfema que Jesús y María Magdalena se habrían casado en secreto y habrían tenido hijos. (De acuerdo con esa tesis, ella, no el apóstol Juan, sería el discipulado amado mencionado en Juan 20.2 y 21.20.) Pilas de libros que van desde las máximas especulaciones frívolas a obras semi escolares, elaboran las invenciones gnósticas sobre María Magdalena. Unos pocos documentales de televisión altamente sensacionalistas han reforzado la popularidad de estos mitos.
Así que mientras más se habla en estos días de María Magdalena, vemos que solo se trata de meras exageraciones e hipérboles tomadas de cultos antiguos. Lo que la Escritura realmente dice de ella es lo suficientemente extraordinario sin que sea necesario ningún falso sociedad.
Invariablemente, la Escritura las presenta como víctimas convidas completamente arruinadas. Podemos estar seguros que tal era el caso de María Magdalena. Satanás la atormentaba con siete demonios. No había nada que algún hombre o mujer pudiera hacer por ella. Era una genuina prisionera de aflicciones demoníacas. Esto indudablemente incluía depresión, ansiedad, infelicidad, soledad, baja autoestima, vergüenza, temor y una serie de otras miserias similares. Con toda probabilidad, ella sufría además otros tormentos peores, tales como ceguera, sordera, locura y cualquier otro desorden comúnmente asociado con víctimas de posesión demoníaca descritas en el Nuevo Testamento. Cualesquiera hayan sido, tiene que haber estado en perpetua agonía; a lo menos siete tipos de agonías. Los endemoniados en las Escrituras eran siempre personas sin amigos, excepto en raras ocasiones, cuando los cuidaban familiares esforzados. Estaban perpetuamente alterados por su incapacidad para huir de los constantes tormentos de sus diabólicos captores Vivían sin alegría porque toda su vida era oscuridad y miseria. Y carecían de esperanza porque no había remedio terrenal para sus aflicciones espirituales Eso es todo lo que se nos puede decir con certeza, respecto del pasado de María Magdalena. La Escritura deliberada y misericordiosamente omite los macabros detalles de su espeluznante posesión demoníaca. Pero se nos da suficiente información para saber a lo más que ella debe haber sido una alma lúgubre, malhumorada y torturada. Y es muy posible (especialmente con tantos demonios que la afligían) que su caso haya sido todavía peor. O bien pudo haber sido tan demente que la mayoría de la gente la considerara una lunática irrecuperable.
LIBERACIÓN
Jesús la había liberado de todo eso. Lucas y Marcos parecen mencionar su antigua condición demoníaca, solo con el propósito de celebrar la misericordia y gracia de Cristo para con ella. Sin hurgar en detalles sórdidos de su pasado, ellos registran el hecho de su esclavitud de los demonios de una forma que magnifica la gracia del poder de Jesús. Un hecho desconcertante sobresale respecto de todas las liberaciones demoníacas que están registradas en la Escritura: las personas poseídas por demonios nunca vinieron a Jesús para ser liberadas.
Por lo general las llevaban a Él. (Mateo 8.16; 9.32: 12.22: Marcos 9.20). Algunas veces Él mismo los llama (Lucas 13.12), o va a ellos (Mateo 8.28-29). En ocasiones, cuando los demonios están ya presentes a su llegada, gritan con sorpresa y desfallecimiento (Marcos 1.23-24; Lucas 8.28). Los espíritus satánicos jamás llegaron voluntariamente ante la presencia de Jesús. Ni jamás permitieron que alguien a quien poseían se acercara a Él. A menudo gritaban en su contra (Lucas 4.34).
Algunas veces causaban violentas convulsiones, en un último intento por mantener alejadas de Él a las almas que poseían (Marcos 9.20), pero Jesús soberanamente atrajo y liberó a multitudes que eran poseídas por demonios (Marcos 1.34- 39).
La liberación que hacía de la esclavitud del demonio era siempre instantánea y completa María Magdalena fue una de ellas. Cómo y cuándo fue liberada no se nos dice, pero Jesús la dejó libre, y fue libre de verdad.
Habiendo sido liberada de demonios y del pecado, pasó a ser una sierva de la justicia (Romanos 6.18). Su vida no fue meramente reformada; fue completamente transformada. En un punto de su ministerio, Jesús nos da una más bien punzante ilustración de lo inadecuado de la religión de la auto reforma: Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero (Lucas 11.24-26).
Es intrigante que María Magdalena haya estado poseída por siete demonios. Quizás haya tratado de reformar su propia vida y aprendido de la manera más dura, lo inútil que es tratar
de soltarse de las garras de Satanás por sí sola. Las buenas obras y la religión no pagan las culpas del pecado (Isaías 64.6), y ningún pecador tiene dentro de sí el poder para cambiar su propio corazón (Jeremías 13.23). Podemos hacer cambios cosméticos (barriendo la casa y poniéndola en orden), pero eso no nos traslada del dominio de las tinieblas al reino de la luz. Solo Dios puede hacer eso (2 Pedro 2.9). Solo el mismo «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4.6). Eso es, precisamente, lo que el Señor hizo por María Magdalena. María le debía todo a Jesús. Ella lo sabía. Su subsecuente amor por Él reflejó la profundidad abismal de su gratitud.
DISCIPULADO
María Magdalena se unió al círculo íntimo de discípulos que viajaban con Jesús en sus viajes largos. Su liberación de demonios podría haber ocurrido más o menos a fines del ministerio de Cristo en Galilea. Lucas es el único de los escritores evangelistas que la menciona antes de la crucifixión.
Nótese el contexto en el cual se la nombra: Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes (Lucas 8.1-3).
No había, por cierto, nada inapropiado en la práctica de Jesús, de permitir a mujeres discípulas entre sus seguidores. Podemos tener la certeza de que cualesquiera hayan sido los arreglos de viajes hechos por el grupo, el nombre de Jesús y el honor, (igual como la reputación de todos los hombres y mujeres del grupo) eran cuidadosamente guardados de cualquiera insinuación reprochable. Después de todo, los enemigos de Jesús buscaban desesperadamente razones para acusarlo.
Y si hubiera habido cualquiera situación propicia, para que sembraran dudas acerca de la forma en que Jesús se relacionaba con las quieres, no se habrían demorado en usarla. Pero aunque sus enemigos mentían con regularidad acerca de Él y lo acusaban de ser un glotón y un bebedor de vino (Mateo 11.19), nunca se dijo nada sobre la forma en que trataba a las mujeres en su grupo de discípulos.
Estas eran mujeres piadosas, que dedicaban su vida a las cosas espirituales. Evidentemente no tenían responsabilidades familiares que las obligaran a permanecer en casa.
Si hubieran faltado a cualquiera de sus deberes, podemos tener la certeza de que Jesús jamás les habría permitido que lo acompañaran. No hay ni el más mínimo signo de impropiedad o indiscreción en la manera como cualquiera de ellas se relacionó con El.
Es verdad que, por lo general, la mayoría de los rabinos de esa cultura no permitían a mujeres que fueran sus discípulas. Pero Jesús instó a los hombres y a las mujeres a tomar su yugo y a aprender de Él. Esta es otra evidencia más acerca de cómo las mujeres son honradas en las Escrituras.
Lucas dice que María Magdalena y las otras mujeres, estuvieron entre aquellas que «le servían de sus bienes» (Lucas 8.3). Quizás María había heredado recursos financieros que usó para apoyar a Jesús y a sus discípulos.
El hecho de que fuera capaz de viajar con Jesús en el círculo íntimo de sus discípulos puede ser una señal de que no era casada y, por lo tanto, estaba libre de toda obligación con padres o familia cercana. También pudo haber sido viuda. No hay evidencia que fuera una mujer joven. El hecho de que su nombre aparezca encabezando la lista de este grupo de mujeres parece indicar que ocupaba un lugar de respeto entre las demás. María Magdalena permaneció como una discípula fiel de Jesús aún cuando otros lo abandonaron.
En efecto, ella aparece en el Evangelio de Lucas, en una época en que la oposición a Jesús crecía al punto que Él, comenzó a enseñar en parábolas (Mateo 11.10. 11). Cuando otros se sentían ofendidos por lo que Él decía, ella permanecía a su lado Cuando algunos ya no caminaron más con Él, ella permaneció fiel.
Le siguió todo el camino desde Galilea a Jerusalén para la última celebración de la Pascua. Termino siguiéndole hasta la cruz, y aún más